domingo, 3 de marzo de 2013

La Leona


(Cuento: Texto completo)
*Elan Aguilar


El balneario El Rollo fue escenario de mis primeros acercamientos al sexo opuesto, me imagino que le llaman así por ser la mujer tan contraría a nuestros nobles deseos. Yo tenía doce años y por aquella época el balneario era un balneario y no un circo de tres pistas. Muchas albercas y áreas verdes para descansar y tomar el sol, su gran cancha de futbol, canchas de voleibol, su discotheque con pista de luces, un restaurant y una gran resbaladilla de dos metros y medio, nada de “kamikazes”, que era el terror de los indecisos y la gloria de los arrojados. Había un cocodrilo en una pequeña jaula, una lástima, porque no faltaba el gorila que le aventara una colilla de cigarro encendida al pobre animal. Y mi edad y desconocimiento de las leyes no me permitieron abogar por la liberación de aquel bello animal. En fin, el balneario era nuestro punto de reunión para los festejos del día del estudiante y todos contentos pensando en las retas de futbol, de voleibol, de basquetbol y natación. Pero yo tenía otros planes, le pediría a Fernanda de León “La Leona”, si se prestaba la ocasión, que fuera mi novia. Y vaya que se había ganado a pulso el mote de “La Leona” tenía en su haber, el recuerdo de su furia, unos arañazos, en la cara de un par de chicos que intentaron robarle algún beso. Con esos antecedentes, por supuesto no intentaría hacer ninguna locura que no fuera la actitud de un caballero. Aunque por un momento pensé que un casco de caballero no sería mala idea por eso de las dudas. El amor es una cosa esplendorosa, decían mis tías aunque hasta hoy no sé exactamente lo que querían decir con eso, imagino que trataban de decir que el amor es una fe delirante. Esa misma fe que estaban a punto de ponerme a prueba en el balneario. Con el paso del tiempo la palabra “amor” es difícil de encasillar en ningún molde, pues según fuentes periodísticas el catorce de febrero ya no se regalan flores, rosas, o un libro que lleve un mensaje oculto a nuestra princesa sino que es la rutina de comida – acostón.  Y dan cuenta las portadas de los panfletos al día siguiente “Restaurantes y Hoteles saturados”. El caso es que yo me encontraba atrapado por esa bella melena de “La Leona” y sus grandes pestañas. Y me preparé con mis mejores galas para ser todo un galán: un short elástico azul rey, marca “patito”. Fernanda con sus amigas, de las cinco hectáreas de terreno del lugar, fueron a sentarse exactamente en una palapa a lado de la resbaladilla mortal con sus dos metros y medio de altura y sus dos carriles. ¿Por qué ahí? ¿Será que la resbaladilla significa para ellas la medida de conocer a los hombres valientes? No, debe ser que todas las palapas ya se encontraban ocupadas cuando llegaron, me decía para darme ánimo. Hábilmente organicé una competencia con los amigos de “A ver quién aguanta más debajo del agua” en las escaleras de la alberca frente a su grupo de amigas. El día transcurría y yo veía el reloj para ponerme una hora determinada, pues corría el riesgo de la cenicienta: el encanto y el permiso de Fernanda de estar en el balneario se acabaría. Alguno de ellos propuso una competencia de nado libre, ida y vuelta. El último pagaría los refrescos y alguno propuso “también el de las chavas” esto llegó a sus oídos y finalmente obteníamos su completa atención. Por supuesto, me lleve la carrera de principio a fin, quisiera decir las fuerzas y la destreza me salieron por amor a mi Leona, no, fue el miedo de llegar en último lugar porque el dinero que llevaba no me alcanzaba ni para mi refresco. Todos contento y yo aún más. Magnánimamente les dije “cooperemos todos” tan fuerte que llegara a los oídos de Fernanda. ¿Quién va por los refrescos? Son bastantes. Juan sabía de mi intención y me hizo la valona, se llevó a todos y les pidió a unas chicas que les acompañaran “Fer, tu quédate a cuidar la ropa” Bien, yo me quedaré a cuidar la ropa de los chavos, dije. Y mi suerte se volvió infortunio. En cuanto nos quedamos solos, Fernanda me preguntó “¿Nos aventamos de la resbaladilla?” Lo primero que atine a decir fue “esperemos a que regresen porque dejaríamos sola la ropa de todos” aunque para esa hora ya no quedaba nadie alrededor. “Nadie se las robará. Acompáñame”. El tono en que lo dijo fue una invitación a algo más allá de aventarse del mamotreto resbaladizo, una invitación a lo desconocido, pues yo era primerizo en eso de pedir noviazgos, una invitación a algo que estaba fuera de mi comprensión y su palabras se repetían en mi cabeza tratando de entender su real significado: “Nadie se las robará. Acompáñame”. Mientras dilucidaba las causas profundas de lo que me haya querido decir nos dirigimos a lo alto del juego. Cosa de niños, pensé. Pero esos dos metros y medio de altura, desde la parte alta yo le calculaba cuatro metros. Fue cuando aprendí que el significado de vértigo no sólo era una película de Alfred Hitchcock. Me arrepentía de no haberle pedido que fuera mi novia en el transcurso del día, pues cualquier respuesta que recibiera me hubiera evitado esta muestra de valentía para ganarme su admiración. “¡Ey, Jóvenes! Ya voy a quitar el agua de la resbaladilla”. Gritó a lo lejos un trabajador del balneario, ¡sí, me salvó la campana! “Les daré cinco minutos y luego la quitaré”. ¡No! “Puede cumplir con su trabajo, nosotros nos bajaremos ¡Apáguela!” Pero esta última frase o no la escuchó o por ser mayor de edad comprendía el aprieto en que me encontraba y se confabulaba para jugarme una mala pasada. “Apurémonos para aprovechar el tiempo” dijo La Leona y nos sentamos a la par en los carriles. Y antes de contar tres ella ya iba directo a la alberca, al salir me vio que yo seguía ahí sentado. “¡Aviéntate!” “Sube, estoy cuidando la ropa” Volvió a subir y se volvió a aventar y la tercera vez que lo hizo el trabajador avisó “Ya quité el agua, tengan cuidado”. Ella desde la alberca me gritó “¡Ahí vienen los chavos! ¡Aviéntate!” Mejor bajaré porque ya quitaron el agua y no resbala igual, alcance a murmurar. “No, quédate ahí. Les pediré que me ayuden a aventar agua desde aquí y te avientas”. Ese momento fue un despertar, percibí claramente que el mote de La Leona no era sólo por molestar, realmente tenía un carácter fuerte, tanto que tomaba decisiones por los demás, algo que yo no estaría dispuesto a aceptar jamás. Sin embargo, cuando fueron por los refrescos algo debieron haber platicado entre todos, pues de repente Irma gritó “¡Fernanda, si se avienta le das un beso!” La Leona volvió a gritar “¡Aviéntate!” Y ya no sabía si era una invitación o una orden sin embargo yo seguía ahí quieto, sentado, sin decir palabra alguna sólo viéndolos estupefacto pero para mi suerte, ellos pensaban que me hacía del rogar y Jorge me ayudó “Fernanda, si se avienta ¿le darás el beso?” Y Fernanda asintió con un movimiento de cabeza. “¡Órale wey, aviéntate!” Sólo por sentir los labios de ese rostro pecoso valía la pena el arrojo y ¡sin agua! En el trayecto sentí lo caliente del cemento en las piernas y el trasero que estuve a punto de aullar de dolor. Me aguante como los machos. Fernanda esperaba en las escaleras de la alberca y al acercarme por mi premio me dio un beso en la mejilla. Todos gritaron “¡No se vale Fer, es en la boca!” La Leona era muy hábil para salirse con las suyas, así que de inmediato arguyó “Si se vuelve a aventar se lo daré en la boca”. Ya para ese momento le había perdido el miedo a la altura y voy de nuevo. Al momento de salir de la alberca escucho gritar a las chavas “¡Eeeeeeeehh!” y reír a carcajadas a los amigos. “¡Órale Fer!” escuchaba aún decir a alguna de sus amigas. Los chavos echaron agua a la resbaladilla por última vez y ya estaba de regreso cerca de Fernanda. Cumplió. Salió de inmediato del agua sin decir más y les pidió a sus amigas que se fueran pues ya tenía quince minutos de retraso de la hora permitida en su casa. Se fueron. Al quedarnos solo los amigos Tito “El enano” se me acercó y me dijo “¿Ya tocaste tu short? Tócate las nalgas.” No lo podía creer. Exactamente en la línea que divide en dos porciones carnosas y redondas de mi cuerpo, se encontraba una abertura del mismo tamaño. Me imaginé lo que pudo haber visto Fernanda cuando salí por segunda vez de la alberca y lo que todos pudieron observar cuando volví a subir esas escaleras de dos metro y medio. Pero había valido la tarde. Había cazado a La Leona y sin un rasguño, más que el de la resbaladilla en mi trasero.     
  
*Elan Aguilar.Escritor huérfano del Fonca