martes, 19 de junio de 2012

Monsiváis: humor e Inteligencia


 Hace dos años la Secretaría de Salud informaba en un comunicado: El escritor mexicano Carlos Monsiváis falleció este sábado a las 13:48 horas en el área de terapia intensiva del Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición "Salvador Zubirán", por insuficiencia respiratoria. Carlos Monsiváis Aceves nació en Ciudad de México el 4 de mayo de 1938. El autor fue según el poeta José Emilio Pacheco, el único escritor "que la gente reconoce en la calle".
  
       Les compartimos dos extractos de los libros cuyas portadas aparecen y que pertenecen a la colección Monsiváis de editorial ERA.
  

VIII. “LO HABÍAMOS DICHO. YA VEN”
En la noche del 26 de julio alcanza su primer esplendor  la Teoría  de la Conjura. El gobierno se alarma y se regocija simultáneamente: al fin se devela el programa de los antipatria. Y la orden le llega a los medios informativos, a los políticos, a la policía: contra los subversivos, y para salvar las olimpiadas, ahoguemos a la hidra antes de que nos asfixie (los juriconsultos del régimen suscribirían la frase). Ha llegado también la hora de aferrar y exaltar la Teoría de la Manipulación. De acuerdo a ella, la levadura de los complots es la masa que convierte los engaños en órdenes. Según la mentalidad autoritaria, el mundo se divide entre los carentes de opinión (es decir, los creyentes sin más en las instituciones) y los manipulados. En la lógica del autoritarismo, el libre albedrío es sinónimo de automunipulación.
Únete pueblo (para facilitarles la tarea de reprimirte)




El indígena respondió con aspereza: -No, señor cura, de ninguna manera. A mí su Catecismo no me gusta.
El párroco pensó en llamar de inmediato al Tribunal del Santo Oficio, pero ese día estaba de buen humor y esperó.
-          El Catecismo no está para gustos o disgustos de indios bárbaros y necios, sino para enseñar los mandamientos y preceptos sagrados.
-          Pero no así, señor cura, no con esa rutina de preguntas y respuestas, que hace creer que en el cielo nos ven a los indios más tontos de lo que somos. Parece una ronda de niñitos: “¿Quién hizo los cielos y la tierra?” Y se responde a coro: “Los hizo Dios”. ¿No será mucho mejor a la inversa? Dice usted: “Fue Dios”, y contestamos: “¿Quién hizo a los indios, a los cielos, a los peces, a los conejos?”
-          Dios no está para que le reconstruyamos su doctrina, ni a Él se le venera de adelante para atrás.
No hubo modo. El indígena persistió en su capricho, el párroco llamó a quien debía, el hereje se evaporó en las mazmorras y como nadie se atrevió a preguntar por él, nadie lo acompaño en su desdicha. Pero el sacerdote quedó perturbado y, ya solo, murmuraba: “Es la carencia de todo”. Y  lanzaba la pregunta correspondiente: “¿Qué es la nada?” Volvía a afirmar: “Es la carencia de todo en el sentido de materiales sobre los cuales trabajar, no en el de carencia de poder”, y se inquiría: “¿Y cómo puede salir algo, así sea la nada, de esa carencia?” Y se pasaba días y noches estudiando el Catecismo al revés.
    Otro párroco que lo escuchó se inquietó  demasiado, convencido de hallarse ante un juego muy impío. Como además ese curato era muy próspero, convocó a las autoridades correspondientes y, desaparecido el cura enrevesado, se fue a vivir en su lugar.
      Por lo menos, allí se enseñó el Catecismo como es debido. 



Carlos Monsiváis en entrevista con Aristegui:

- Caso soldados con VIH.
"No dijo (Gongora Pimentel) que la humanidad se va a infectar, seguramente por un prurito nacionalista" Monsiváis


- Las herencias ocultas.
"La edad mental no la juzgo... Fox sigue siendo un informe presidencial desvirtuado"




lunes, 11 de junio de 2012

Hacia la luz.


                                                                                  "Un mismo amor mueve 
                                                                                   las almas y las estrellas"
                                                                                        José Vasconcelos

                                                                                  A Fernandito, mi niño.


El cuarto olía a pólvora. No podía ser de otra manera. Todo el tiempo, todos los años, siempre. El único camino, el único modo, el único sentido, de ver, de sentir, de vivir la vida de mis amados silvestres. Los seres brillantes, indómitos, del planeta Blhu.

¿Qué paso mi Fer? Me preguntaba una y otra vez. ¿Cómo sucedió? ¿Cómo? Yo recuerdo todo espeso de vegetación, de rosa, rojo, amarillo, verde jade. No pasa nada. Me repetía para mis adentros tratando de recordar la imagen de Alison.

Cuando mis padres me enviaron a visitar el campo de Adela, sabía que encontraría algo distinto a lo que conocía hasta hoy del planeta Blhu. Algo distinto a oscuridad, apatía, pereza, avidez, algo que hasta ese día yo mismo desconocía. Eran las fechas de fin de calendario y yo caminaba con sigilo hasta el campo de Adela.

La discreción era necesaria. Los silvestres estaban a salto de mata. Esperando la oportunidad, cualquier distracción. Por lo regular aparecían por la noche, eran seres oscuros. Pero con el tiempo perdieron el miedo ¿o el respeto? hacia la luz. Por supuesto, caminaba con miedo, pero caminaba. Finalmente alcanzaba a ver el campo de Adela. Suspiraba, recordando que faltaba el regreso.

El campo estaba lleno de Paxhutzil, era un mar amarillo, que ondeaba con el viento ¿a qué hora me cubrirá la ola de su aroma? El olor me inundaba de paz, de recuerdos gratos, de abrir los ojos por primera vez y ver a mi madre, de olvidarme por completo de la angustia que me ocasionaban los indómitos. Adela me toco el hombro para llamar mi atención ¿Qué es lo que ves Pedro?

¿Qué edad tenía? No lo sé, a veces me daba estragos la noche, otras me sonreían mujeres, otras me ponía como loco jugando con Drago y muchas caía cansado por la noche. Pero la edad suficiente para llevar un manojo grande de Paxhutzil en las manos. Madre me esperaba y lo único que lo podía evitar sería que me atajaran los seres brillantes, con sus artilugios, confundirme con su lengua larga, con monedas de oro, con sus trajes, con su yerba santa.

Siento frio. Me tomo la noche. O me tomaron los silvestres. Aún no sé donde me encuentro. Quisiera gritar pero no puedo. Madre esperaba el manojo. Marchitado entre mis manos. Cerraba los ojos tratando de recordar a Alison. ¿O estaban abiertos? Pienso que camino lentamente. No veo una sola luz. ¿Adela, puedes venir por mí? Es solo un deseo. No me escucha. Madre tendrás que esperar. Me he entumido. Necesito descansar. 
                                                                                                    Elan Aguilar.

 

sábado, 9 de junio de 2012

Libros licenciosos

Recomendamos:


  Manuel Rodríguez Rivero 9 JUN 2012. El País

Hubo un tiempo en que médicos, curas y demás líderes de opinión coincidían en que las novelas, lectura favorita de las mujeres, eran no sólo perniciosas para la salud física y moral, sino que actuaban como auténticos estímulos de la masturbación. Miren lo que decía al respecto el reputado médico Samuel Auguste Tissot (1728-1797), famoso, entre otras cosas, por sus estudios sobre el onanismo: “La ociosidad, la inactividad, el quedarse demasiado tiempo en una cama blanda, la dieta abundante con gran cantidad de especias, sal y vino, los amigos poco recomendables y los libros licenciosos son las causas que más probablemente conducirán a estos excesos”. En el lenguaje de entonces “libros licenciosos” no eran los pornográficos, sino las novelas de amor, las mismas que luego envenenarían los ocios de Emma Bovary y de otras malcontentas (incluyendo a Anna Karénina, que se entretenía con la lectura de “novelas inglesas”). Más tarde, cuando el Romanticismo fue difuminando el fulgor de las luces dieciochescas, la novela inició una meteórica carrera en el mercado del libro hasta convertirse en la reina absoluta de la edición, la favorita en las preferencias de los lectores de todo el planeta. En España, y según los datos (siempre mejorables) proporcionados por el Gremio de Editores, la novela es el género preferido por más del 70% de los lectores. Y, además, la narrativa es de lo poco que se vende en las librerías en estos días en que la crisis arrecia y la exigua clientela se muestra renuente a rascarse el bolsillo. De hecho, algunos editores tradicionalmente literarios perciben que su fondo de calidad no les sirve para mejorar la cuenta de resultados y se han lanzado a contratar novelas y no-ficción ligera (que antes nunca hubieran publicado) para intentar llegar ahora a públicos más amplios, inventándose nuevas colecciones y logos que trazan una frontera simbólica entre lo de antes y lo nuevo, como si les avergonzara la cohabitación de “productos” tan diferentes. Bueno, es una opción, pero eso también está inventado, sólo que corresponde a otro tipo de planteamientos editoriales. Claro que en este sector siempre se ha llevado el mimetismo: se mira por el rabillo del ojo lo que parece que le funciona al vecino y se copia con más o menos entusiasmo. Conocí a un “editor” a principios de los noventa (la década de plomo de la edición española) que sostenía que los que se dedicaban al métier no tenían que perder el tiempo en inventar nada, bastaba con que se limitaran a copiar lo que otros vendían. Con más o menos alevosía y nubes de tinta, esas nuevas colecciones son auténticos cajones de sastre en los que cabe de todo: desde “best seller literario” (¿piensan en Marías o en Dueñas?) a sagas familiares y memoirs (sic), pasando por los consabidos thrillers y por ese invento contemporáneo que es el cross-over, es decir, obras que intentan romper las barreras de la edad buscando la lectura transgeneracional y que —para encontrarles un precedente histórico de qualité— suelen emparentar con La isla del tesoro (aunque crucen los dedos para que resulten como Harry Potter). Leo los argumentos empleados para promocionar esas colecciones lanzadas por distintas editoriales y sorprende su paralelismo retórico: el énfasis se pone en el sentimiento y la emoción, en que los libros sean “inolvidables”, en que gusten “a todos los públicos” y en que “no entiendan ni de edades, ni de géneros, ni de modas”. Es decir, la cuadratura del círculo, sólo que ahora a un nivel más bajo, a ver si hay suerte. Otros sellos se nutren de las ficciones de la Red, de esas “autoeditadas” que sus autores cuelgan en Amazon o en cualquier otro rincón de Internet y se convierten en repentinos best sellers a precio mínimo, aventados a golpe de red social y de blog oportunista. Algunos editores las rastrean, y si constatan que superan la prueba de las descargas (mínimo, tres o cuatro mil), las contratan para pasarlas al papel (la consagración), quizás porque se imaginan que si su autor/a tiene tantos seguidores en Twitter y tantos amiguitos en Facebook el negocio no puede ir mal. Las novelas así re-publicadas “llegan avaladas por decenas de miles de ventas en Internet” o “han revolucionado el mercado digital”, y en los paratextos de las cubiertas (o de las fajas) no llevan ya la frase valorativa (y a menudo descontextualizada) de un crítico, sino “lo que los lectores han dicho” de ellas. Quién le iba a decir a mi admirado José María Castellet que sería justo ahora cuando iba a llegar definitivamente la “hora del lector”, convertido gracias a las redes sociales en prescriptor absoluto de una época ilusoriamente democrática. De modo que prepárense porque se avecina una nueva avalancha de obras “para el gran público” a la que habrá que hacer sitio, aunque sólo sea por un rato: hasta que sean sustituidas por otras igualmente intercambiables y tengan que regresar, derrotadas, a los almacenes editoriales. Den por seguro que a muchas de ellas nos las encontraremos más pronto que tarde en los baratillos de los grandes almacenes. Esas son las rígidas reglas del darwinismo libresco y de la fuga hacia delante.

miércoles, 6 de junio de 2012

Ray Bradbury llegó a la Luna

  Ray Bradbury Agosto 1920 - Junio 2012

  Murió el martes a los 91 años, informó el miércoles su editorial. Los grandes escritores no tienen nacionalidad, y asi como las muertes de Monsivaís, Saramago, Fuentes, la de Bradbury nos duele. Nos duele cuando un amigo se va. Nos duele quedarnos, cada día, sin menos luz. Duele.

 
A pesar de su vasta imaginación no congenio con la aparición de las redes sociales, por lo menos no, para publicar por este medio. En cierta ocasión que le preguntaron si una de sus obras podrían estar disponibles en Internet, contestó: "Al diablo con ustedes. ¡Al diablo con ustedes y al infierno con Internet" "Es molesto No tiene sentido. Que no es real que hay en el aire en alguna parte." (NYTimes)

Hoy (no como dice un infame conductor de deportes Televisa: me paro de pie) me pongo  de pie y brindo un aplauso. Así estará mi conciencia tranquila, cuando ante la presencia del Todopoderoso me pregunte: ¿Y tú, qué hiciste? -Aplaudí. Y no quedar como inútil.
 Les comparto una entrevista a Ray Bradbury en el marco de la FIL Guadalajara 2009 y que excelente narró Juan Carlos Partida, corresponsal de La Jornada el 1º de diciembre del mismo año:

Desde Los Ángeles, Ray Bradbury (Chicago, 1920) se teletransportó a Guadalajara y cientos de personas pudieron apreciar su disgusto porque el futuro manifiesto de la humanidad quedó detenido desde que hace 40 años se llegó a la Luna y no se dio continuidad a la conquista del espacio con la colonización del planeta Marte.
“Desde que el hombre llegó a la Luna nos debimos quedar ahí, colonizarla para preparar el viaje a Marte, que es nuestro destino. Cuando se lanzaron los primeros cohetes yo era un locutor de radio y uno de los que entrevisté me dijo que cuando llegáramos a Marte no habría marcianos; yo le dije: ‘cállese, nosotros somos los marcianos’.
“A mí lo que me preocupa es que no estemos ya en Marte; deberíamos haber colonizado Marte, debimos tener estaciones en la Luna desde hace 40 años. Tenemos que hacer una base para hacer los viajes a Marte, establecer la civilización en Marte y de ahí a Alfa Centauro.
El hombre del futuro es un hombre del espacio, y sólo así vamos a seguir esparciendo nuestra vida y así podremos llegar a vivir para siempre, dijo con una vertiginosidad digna de su convicción premonitoria.
En teleconferencia transmitida esta tarde en el salón 4 de la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara, insuficiente ante la demanda de público ansioso de escuchar al escritor de 90 años de edad, que dice aún recordar a qué sabía la leche materna, el momento de su circuncisión a los cinco días de nacido y las películas que vio desde los tres años de edad cuando su madre lo llevaba al cine, Bradbury se manifestó listo para escribir al menos otros 30 libros, el más próximo ya en galeras, antes de ratificar que se considera un hombre –como todos– inmortal.
La entrevista en vivo la realizó uno de sus biógrafos, Sam Weller, sentado a su derecha en lo que podría pasar por una estación espacial de no estar Bradbury vestido de saco y con una bufanda multicolor, sentado en una silla de ruedas, con un cuadro de la ciudad de Los Ángeles a la espalda, algunos libros sobre un mueble y un globo terráqueo a escala.
La transmisión se hace in-teractiva cuando en la parte final de la presentación jóvenes presentes en la FIL también interrogan al autor de Crónicas marcianas.
La prodigiosa memoria del homenajeado a distancia, como parte del programa de actividades de Los Ángeles, ciudad invitada de honor del encuentro editorial, parece irrefutable cuando a la velocidad de la luz hace recuentos de la primera ocasión que vino a México, tan precisos 65 años después que hasta recuerda que en Guadalajara se hospedó en un céntrico hotel que todavía está en servicio a tres cuadras de la catedral metropolitana.
“Yo nací en Chicago y cuando estudié la secundaria mi mejor amigo era Eduardo Barrera y a través de él entré en contacto con su familia hispana; nos veíamos como hermanos. Yo era muy pobre, no tenía ni para el tranvía. A los 20 años me pasé a vivir al centro de Los Ángeles, donde había un estudio de cerámica; ahí hice nuevos amigos chicanos, empecé a conocer bien la cultura chicana. Luego empezó la guerra y seguimos en contacto todos estos amigos, de todos recuerdo su nombre, incluso escribí un cuento corto sobre esas épocas (…) En 1945 fui a México, me fui a Cuernavaca, a la costa, y luego volví a subir y me fui a Guadalajara y me quedé en el hotel Fénix de Guadalajara, era un hotel que tenía un precio baratísimo. El viaje siguió en Pátzcuaro, en Janitzio, para pasar la noche de Muertos en ese lugar; me quedé toda la noche en el panteón el Día de Muertos. Algo que me impresionó fue ver a las señoras sentadas en las tumbas junto con sus hijos; esa imagen se ha quedado conmigo desde entonces”, rememoró.
Bradbury recordó que en ese viaje a México conoció a John Steinbeck en una casa privada en la ciudad de México y luego ambos fueron a desayunar a otra casa adonde fueron invitados.
Se sentó frente a mí, tenía un ojo azul y otro café y se me quedó viendo con mirada retadora. Yo no creía que estaba frente a uno de los grandes novelistas de Estados Unidos, una persona que había moldeado mi vida; era para mí imposible estar desayunando con mi héroe. En ese viaje conocí también al fotógrafo Gabriel Figueroa.
–¿Qué tan importante ha sido el cine para el desarrollo de su imaginación? –preguntó Weller a Bradbury.
–He visto todas las películas que se han hecho. Mi mamá era una fanática total, desde los tres años me llevaba. Íbamos tres o más veces a la semana, cuando era adolescente veía hasta 16 películas por semana. Todo mi dinero lo gastaba.
Por 10 centavos yo podía ver una función doble. Además, los fines de semana iba a las matinés, así que cuando tenía 20 años había visto unas dos o tres mil películas y eso desde luego que impactó mi trabajo de escritor.
–¿Eso contribuyó a que también se convirtiera en guionista?
–Mi deseo comenzó con Jim Kelly y ahora ser guionista es parte de mi vida. John Huston me invitó a Irlanda a escribir el guión de Moby Dick. Yo le dije que no, pero la insistencia de Huston me convenció finalmente. Así, una mañana me miré al espejo y me dije que era Herman Melville y terminé 30 páginas en un día. Así que, cuando tenía 33 años de edad, fui Melville por un día.
–Para quienes no la conocen, ¿podría hablar un poco de la historia de cuando escribió Fahrenheit 451?
–Había estado casado durante un año, tenía poco dinero, vivíamos en un lugar muy pequeño. Deambulé por la biblioteca de la UCLA, bajé al sótano y busqué. Había 12 máquinas de escribir por 10 centavos podías rentar estas máquinas.
“Me fui a mi casa, tomé una bolsa de monedas, me la llevé a la biblioteca y ponía moneda tras moneda. En nueve días gasté nueve dólares, nueve días escribiendo la primera versión de Fahrenheit. Qué tal, ¿eh? nueve días para la primera versión.”
–Pero, ¿por qué la escribió, qué lo motivó?
–Quise escribir algo para advertir a las personas sobre proteger las bibliotecas, los libros. Yo no estudié en la universidad porque era muy cara, así que toda mi formación la hice en las bibliotecas públicas.
–Cuando la escribía, ¿pensó que podría llegar a ser una obra maestra de la literatura estadunidense?
–Todas mis historias las amo; fue un trabajo de amor, mi cuerpo está cubierto con esas ilustraciones invisibles y cuando sudo mis historias entran en vida y se cuentan. Entonces Fahrenheit fue bastante fácil de escribir.
“Había una jovencita que me ayudó a escribirlo, Clarisse McClellan, esa misma muchacha que también le dijo a Montag que amaba los libros.”