"A menudo el sepulcro encierra, sin saberlo, dos corazones en un mismo ataúd."
Alphonse de Lamartine (1790-1869)
La calavera tiene hambre ¿no hay un pancito por ahí?
(Cuento: Texto completo. DR.)
*Elan Aguilar
Estaba Eduardo sentando en la
banca de un parque, quizá el nombre del jardín no tendría importancia de no ser porque,
como a los niños que tienen la mala fortuna de llevar un nombre como Godofredo,
Hipólito, Schwarzenegger, Wachanwer, un nombre que si existiera la justicia…, pero
bueno, el parque muy bello por cierto, Revolución, ¿Revolución de qué carajos?
En fin, Eduardo había llegado desde temprano y se encontraba cabizbajo,
meditabundo. Como ocasiones anteriores en que se quedaba de ver con Edith, en el
mismo lugar y en la misma banca. Edith la del pelo ensortijado, piel mate
claro, labios carnosos, la chica con la que Eduardo había esperado por mucho
tiempo, la que había idealizado a través de las películas gringas, donde la
heroína es siempre la rubia de ojos claros, medio ingenua, medio precoz, medio
todo pero heroína al fin, esa era su Edith. ¿Y ahora? Se preguntaba, ¿Qué va a
pasar? Ella sabe cuánto la amo ¿No será suficiente sólo el amor? ¿No es lo
más importante al fin? Las cosas materiales qué importan si no hay amor. Claro
que a ella le gustaría andar en carro, en moto, tener una casa, comodidades, pero eso
vendrá después ¿o acaso no sentimos lo mismo? Eduardo levantó la cara hacía el
pasillo y hacía la entrada del parque, quizá sin proponérselo podrían coincidir
nuevamente como coincidieron la primera vez en que se flecharon las miradas.
¿Señor? ¿Señor? Seguía concentrado en que apareciera, trataba de utilizar el
poder de la mente para llamarle a su alma gemela, creía, quizá funcione la telequinesia
¡Señor, me da mi calaverita! Un niño de apenas cinco años le jaló el pantalón
–Perdón hijo, no tengo dulces ya pasaron antes unos niños, se los he dado
todos. ¿Me puede dar el pan? Señalando hacía la banca, una bolsa con pan de
muerto que Eduardo acababa de comprar. –No puedo hijo, este pan es… este pan me
lo acaban de regalar. Eran un pan de muerto sin azúcar, con mucho ajonjolí y
tremendos huesos, brillaba de lo bien horneado que estaba y olía sutilmente a
naranja, Eduardo quería sorprender a Edith por si se presentaba casualmente,
algo le decía en su corazón, quizá un corazón sincero, ingenuo dirían otros,
que Edith era la indicada para continuar juntos la aventura de la vida, que con
ella podría viajar por México, conocer cada pueblo y cada playa, visitar las
barrancas del cobre, andar por las calles empedradas de Taxco comiendo tacos de
barbacoa, respirar el aire frio y limpio de Pátzcuaro, correr por la arena de
Isla Mujeres, subir la pirámide del Tajín, mirar en vivo a las ballenas del mar
de Cortés antes que las extingan, pensaba con el corazón. Tenía la suerte o el
infortunio de no estar rodeado de gente más llana, sin tantas “pretensiones”
como esos que te aconsejan “a comer y a beber que mundo ahí te ves” o “una
buena palanca para entrar a gobierno y a hacer “carrera”. A la proximidad de la
banca siguiente se observaba un periódico doblado que alcanzaba a leer “Se
matan en la autopista” Esos pasquines que sólo les interesa hacer dinero con el
morbo de la gente, se dijo para sí e intento levantarse de la banca para
recogerlo y tirarlo a la basura, le desagradaba, pero desvió su atención una
hilerita de hormigas que empezaban a subir por la banca en dirección de su pan
de muerto para Edith. ¿Por qué no será igual la vida de los hombres a las
hormigas? Bueno, ellas no pueden viajar y conocer las bellezas de México, se
decía para sí aunque Eduardo no conociera más que los balnearios de Morelos y
se moría de ganas de estar asoleándose en una playita, le decían, del lago de
Tequesquitengo. El parque se empezó a llenar de parejas en las bancas y de
familias que esperaban recoger a sus infantes de la clase de natación. Ya el
sol había pasado el cenit sin darse cuenta, Eduardo que miraba de reojo a los enamorados que se abrazaban y besaban ¿Así me vería yo con Edith? Algunos se ven
muy desesperados, otros tiernos, qué espectáculo ¿o será mi envidia de estar
sentado solo? “Hola joven, buenas tardes ¿todo bien?” preguntó un policía que realizaba un rondín por el
parque. Si oficial, muchas gracias. “Le recuerdo que el parque se cierra a las
nueve y antes de ello, si esta área está sola le pediría que se acerque a las
zonas de salida para su seguridad”. Si, correcto oficial, muchas gracias. El
policía continuo caminando por los pasillos y golpeando con su garrote el
barandal antes de llegar a las bancas donde se encontraban los cariñosos para
alertarlos de su llegada, y quizá evitarles una pena. “Hola jóvenes…” escucho
Eduardo como un susurro. La temperatura bajo, sin darse cuenta, el sol ya se
había ocultado y apenas se notaba una luz tenue de su reflejo en el parque.
Empezó a recordar cuando todo empezaba a tener sentido antes de conocerla. Ya
había hecho planes para terminar con creces su carrera universitaria y de ahí
se visualizaba entrar a una congregación religiosa, no, no sería fácil pues
como todo humano él también se sabía débil ante el sexo opuesto, pero después
de su último fracaso amoroso lo tenía propuesto: entregarse de lleno a la vida
del espíritu. A ella ya la había visto dos o tres veces por sus mismos rumbos,
y cuando la encontraba trataba de no mirarla, de ignorarla, le gustaba pero no
quería seguir alimentando otra cosa que fuera su finalidad del celibato, hasta
que coincidió un amigo de ambos y un día inesperado le preguntaba: Oye Eduardo
¿te gusta mi amiga? ¿Cuál amiga? Esa que
está allá, se llama Edith ¿Por qué? No podría negarlo, es bonita ¿Y si tuvieras
oportunidad andarías con ella pero bien? Mira Esteban, no te entiendo, ni la
conozco ni sabía cómo se llamaba y la verdad esas cosas no me las he preguntado
¿Pero te gusta? Sí, ya te contesté. Mira, lo que sucede es que, es mi amiga y la
estimo mucho y pues… Y pues ¿qué? Pues te lo diré pero no quiero que la vayas a
herir ¿Qué la vaya a herir? Oye, si fuiste tú quien empezó está plática no yo.
Ok, le gustas a mi amiga y me pidió que te presente con ella ¿aceptas? ¡Carajo!
¿Por qué habré aceptado? Si yo tenía otros planes, pensó Eduardo sentado en la
banca, mirando el suelo, cuando se dio cuenta que la luz amarilla de las lámparas
del parque ya estaban encendidas y el reflejo de su silueta se proyectaba en
los adoquines. Levantó la mirada y
alcanzó a ver la sombra de la última pareja que se retiraba por la salida que
da a la avenida principal, empezó a sentir frio y pensó en retirarse del lugar
como le aconsejó el policía por la tarde. Sí, allá estaba Edith. Desde lejos la
vio caminando hacia él. Te estaba esperando, le dijo mientras volteaba a buscar
su bolsa con el pan de muerto, antes de poder sostener la bolsa, Edith ya se
encontraba sentada a su lado. Yo también quería encontrarte aunque pienso que
es mejor ya no verte más. Ten te compré este pan de muerto, sé que te gustan.
Debes irte ya, este lugar no es para ti. Edith se levantó y empezó a caminar
hacía una pequeña salida que da a un callejón, Eduardo trato de levantarse y
seguirla cuando escuchó el grito de un hombre que lo distrajo, se acercaba desde el área de
la alberca ¡Oiga joven no puede estar aquí! El parque se encuentra en
remodelación. ¿En remodelación? Si, ya tiene un mes, yo soy el celador
del lugar y de seguro olvidé cerrar la puerta por la mañana que salí a comer, usted disculpe.
Eduardo no daba crédito a lo que escuchaba e intento explicar lo sucedido
cuando prefirió callar y retirarse al ver su bolsa de pan vacía. A la mañana
siguiente Eduardo se enteraba que Edith había muerto en un accidente en la
autopista a Cuernavaca.