(Cuento:
Texto completo)
*Elan
Aguilar
Fue ayer cuando parece que
respiré el aire del mundo. Aun sentía lo tibio de las entrepiernas de mi madre.
Nací con una deficiencia: no conocía nada del lugar al que llegaba, nadie me
alertó, nadie me dio un instructivo de lo que podía y no podía hacer. Claro que
como todos, nací con mis instintos y mi conciencia. Bien o mal, la mía. Unos
cuantos halagos y felicitaciones hacía mi progenitora, nada más. Era necesario
de su apoyo, de lo contrario parece que lo dice la regla, sería difícil que
sobreviviera: ser amamantado, ser abrigado, ser protegido, sobre todo protegido
¿para qué? Parece una broma cruel cuando se esmeran tanto en cuidarte cuando
eres incapaz de casi todo, por lo menos puedes defecar y orinar por sí sólo,
que ya es bastante, para que cuando ya puedes decidir si quieres o no ir a la
escuela, si quieres o no comer tal cosa, si quieres o no callarte, te obliguen
a hacer lo contrario a tu conciencia propia, bien o mal según usted juzgue.
Yo no quiero contradecir a nadie,
porque hacerlo no es signo de buena educación y ¿eso a mí qué? No, eso me
gustaría decir pero no se me permite, tengo que pensar en el “buen” nombre de
la familia y de mis padres. Quizá sólo les faltó decir que era pecado, de esos
que te llevan directito a los avernos. Como si alguno de ellos ya lo hubiera
conocido. Yo sí conozco el agua, y no quema como ese lugar tan mencionado ni
habitan los condenados, pero si te mata. El agua con todas sus bondades, con la
maravilla de dar vida y hacer a la tierra fértil también se vuelve peligrosa. Y
ojala la gente, que digo la gente, ojala mis padres pudieran ver a su alrededor
y comprender esa dualidad perenne de la vida, que en todo hay un lado oscuro,
que hay que aceptar antes de tratar de continuar por la vida negándolo,
obstruyendo, reprimiendo.
Lo mejor que tengo son mis
hermanos. Lo mío no se acerca ni por poco más bien se aleja. Y tengo que dar la
razón, a alguien. Sencillamente porque ya lo digo alguien antes. El aire que
parece tan divertido para practicar ciertos deportes, el aire también se vuelve
imprescindible para la vida, es un elemento que no falta en mis sueños, ese
sueño recurrente donde voy cayendo de algún lugar, de ninguno en especial,
simplemente voy cayendo, siento el vértigo de la caída y de no ver la tierra,
siento la angustia de lo desconocido ¿a dónde voy? Por experiencia, conozco las
caídas al suelo, pero de la carriola, de la cuna, de la cama, y por supuesto
duelen, después viene el consuelo. Y esta caída del sueño, mi gran temor era
¿aguantaré el golpe? Y ¿después quién me consuela?
La fiesta es un lugar común y
motivo de reunión, de fraternidad, de gozo entre los Hombres. De hecho el
nacimiento es motivo de grande alegría. Así lo fue con mi nacimiento. No he
conocido alegría mayor hijo mío que cuando naciste, frecuentaba decir mi padre.
Uno como hijo, no sé si todos los hijos, pero en mi caso, me gusta ver contento a mi padre
cuando me pide le acompañe. Ya sea al billar, al parque o a el estadio de
futbol. Es “chemo” de corazón. Les dicen “chemos” por cementeros, un juego de
palabras ya que igual se le dice a las personas que gustan consumir inhalantes.
El infierno se cansaron de
pregonar que era el lugar peor donde la gente puede llegar, el fuego eterno,
hombres y mujeres promiscuas retorciéndose de dolor frenético ¿lo he visto? Si,
tuve la oportunidad una ocasión: un dibujo a cuadro en una capilla cerca de la
casa. Un lugar que no frecuentaban mis padres, ellos decían ser de esa religión
del cristo sangrante de la costilla y de la frente, quizá los ojos, no lo
recuerdo bien.
Y tan mala hora dejaron de
negarme ciertos permisos. Como el hecho de permitirle a Juanita ir a nadar
conmigo. Juanita es una jovencita ya mayor, muy noble y bien portada, a pesar
de ser mayor que yo, le caí muy bien desde el primer día que me conoció. Ella
viene de un pueblito llamado Vistahermosa. Dice que estudió hasta la
secundaria, el bachillerato ya no lo continuo porque murieron sus padres bajo
el garrote de la policía al tratar de defender un área acuífera donde el
gobierno había otorgado permisos para realizar en zona irregular una gran obra
de viviendas. Juanita ¿Qué viste en mí que te caí muy bien?
No espera ser una carga, en ningún
modo, pero mis dos hermanos casi me igualan en edad, uno dos años mayor que yo
y el otro cuatro, yo tengo tres años. Me apena que mis padres tengan que
trabajar todo el tiempo, que tengan poco tiempo para pasar el rato juntos y por
supuesto que tengan la necesidad de encargarme con mis hermanos. Ellos se merecen una vida
mejor.
Los últimos días mi padre estaba
muy entusiasmado porque La Máquina, su equipo de toda la vida, se encontraba en
la liguilla. Me decía que Guillermo Vázquez estaba haciendo jugar al equipo
como en años no se le había visto “Hijo, hay que tener paciencia. Es su primer
temporada y ha hecho jugar a estos muertos”, refiriéndose a los jugadores. Con
la eliminación del equipo, aunque es un dilema para mí pues sé el amor que
siente por los colores, me dedica toda su atención. Empezamos a planear lo que
haremos los fines de semana juntos. Ir al parque, a nadar, a Xochimilco, a
caminar por Zócalo y comprar una nieve, llevarme a comprar algún libro, y esta
vez tocaba ver una película.
Y sin embargo, a veces todo el
amor del mundo no cuenta si no es el de tus padres. Las enfermeras y los
médicos no se cansaban en decirme lo mucho que todo el mundo me quería, que no
dejaban de recibir cartas que ellos recogían y me hacían el favor de leerme. “Fernandito,
estas en nuestras oraciones hijo. Mis hijos, mi esposa y yo rezamos por tu
pronto bienestar” decía una. Fue inimaginable, inconcebible el dolor que me
causó el hecho de no poder ver más la sonrisa de mi madre, la cara de mi padre
cuando llegará a casa. Aún el miedo que me provoca el hecho de escuchar a la psicóloga
que dice que es muy probable que ya no regrese más con ellos, pues dice es
grave lo que han cometido a mi persona. Yo quiero regresar a casa.
Cómo podría decirles a mis padres
que abandonen la culpa y que vivan. Juanita piensa lo mismo. Ella está en paz y
yo también. Disfrute la vida, disfrute la alberca y disfruto la compañía de
ella que tanto me quiere. La vida, me dice, es como una gota de agua. No somos
los primeros ni los últimos. Todo el amor de mis padres y los de ella siguen
presentes, como una gota de agua. Nos hemos abandonado a un abrazo eterno de
agua, bella, hermosa y llena de vida. Estamos en casa.
Mis hermanos están acongojados. Mi
hermano mayor ha hecho lo mejor que pudo. Ha sido un ser valiente y
extraordinario al tratar de salvarme ante el fuego y el humo del edificio. Pero
también se encuentra lastimado. Hermanito no te culpes. Desde el momento de
separarme de tus manos, algo muy parecido a ti me ha abrazado. Cuida de mis
padres cuando regresen a casa.
La película no se las podré
contar. Pero mi vida fue una película a lado de mi padre. Y quisiera verlo sonreír
cuando su equipo gane un campeonato de película. Desearía que todos los niños
puedan tener un amigo en casa. Lo mejor que me pudo pasar.
*Elan
Aguilar (1/sep). Es un escritor, cuentista, poeta y guionista morelense. Estudió
licenciatura en la Universidad Autónoma del Estado de Morelos. Cursó el
diplomado de Creación Literaria en la extinta escuela "Ricardo
Garibay" afiliada a la SOGEM y que tuvo a bien dirigir el escritor Andrés
González Pagés. Es promotor de la lectura como agente de cambio social; sin
afiliación política ni religiosa.