martes, 29 de abril de 2014

Las lagañas de Jaime y Mundo

(Cuento: texto completo. *DR-)

     ¡Nos van a hacer falta kilómetros compita! Le dijo Pedro Alquicira a su acompañante. Venían caminando desde el pueblo de Cabeza de Toro, donde se había celebrado la fiesta de San Judas, santo patrono del lugar. Se dirigían hacia Tehui. Por un camino de terracería entre los cerros, a las dos de la mañana.
¬ ¿Y sí se nos aparece el diablo?¬, pregunto Jaime y Mundo, hombre de
  fe, creyente entre los creyentes, cuantimás.
     Pedro Alquicira, que era un ateo como cualquier otro, principiante de la metafísica y la masonería, le respondió: ¬ No te preocupes. Lo único que puede pasar son dos cosas: que se nos aparezca el muerto o que nos volvamos locos. Pero eso es casi imposible.
  ¬ ¡No chingues cabrón! ¿Cómo?¬.
     Después de prender un cigarro, Pedro Alquicira le dice: ¬ ¿Cómo qué cómo? ¿Qué  no lo sabes? ¿Nadie te ha dicho cómo se te puede aparecer el muerto o cómo te puedes volver loco? ¿Pues de dónde eres compa? (le da una fumada a su cigarro). En el pueblo de Tehui el grande, eso es práctica común. Ya sea porque quieren contactar con alguien del más allá, ya sea por chingar al prójimo. Toma, mejor dale una fumada.
  ¬ ¿Y sí se nos aparece el diablo?
  ¬ ¿Otra vez?
  ¬ ¿Qué, tú no sabes cómo se te puede aparecer el diablo?¬, dándole 
    una fumada al cigarro.
  ¬ No jaimeimundo, no lo sé. A ver, platícame.
  ¬ No, sí me dices tú primero cómo, yo te lo digo.
  ¬ Bueno, date las tres con el cigarro, te voy a contar. Para ver a los
    muertos tienes que ponerte lagañas de perra en los ojos.
  ¬ ¿Lagañas de perra?
  ¬ Así es, mi jaimillo. Pero no de cualquier perra. Tiene que ser de una
  perra en celo.
  ¬ ¿De qué color?
  ¬ Aguanta compita, no te adelantes. De una perra eléctrica.
                 ¬ ¿perra eléctrica?¬, fuma nuevamente.
  ¬ Sí, una perra corriente, vagabunda, de la calle. No importa el color,
  pero si la hora. A las doce de la noche. Te las pones en los ojos,
  esperas unos minutos. Mientras, invocas al ser que se ha ido, con el
  que quieres hablar pues.
  ¬ (dando una bocanada) ¿Y tú lo has hecho?
  ¬ No. Todos mis seres queridos viven, gracias al cielo. Sólo lo haría
  por un hijo de su chi… que me quedo a deber. Se lo ha de haber chingado todo. ¡Vale madre! Para qué me haces recordar. Ya me estoy encabronando.
¬ Olvídalo, sígueme platicando. ¿Cómo se vuelven locos?
¬ Está bueno el cigarro, ¿no? Dale otro jalón para que me lo pases,
  igual y se me olvida todo.
 ¬ (dando una última fumada) Órale, aquí tienes. ¿Y luego?
¬ Bueno,… (Fuma el cigarro) resulta qué para que alguien se vuelva
  loco, le tienen que poner lagañas de gato en los oídos. Y este sí,
  compa, tiene que ser de un gato negro. La hora no importa, siempre y
  cuando, la victima se encuentre dormida, porque se presta ¿no?
  ¬ Está cabrón. No, no lo sabía
  ¬ Bueno mi jimy, ¿y para ver al diablo?
  ¬ Para ver al diablo, hay que andar bien marihuano.
  ¬ ¡No te digo compita! Con este cigarro de hierba, ¡nos van a hacer
   falta kilómetros!
*Elan Aguilar. Escritor huérfano del Fonca.