¡Nos van a hacer falta kilómetros compita!
Le dijo Pedro Alquicira a su acompañante. Venían caminando desde el pueblo de
Cabeza de Toro, donde se había celebrado la fiesta de San Judas, santo patrono
del lugar. Se dirigían hacia Tehui. Por un camino de terracería entre los
cerros, a las dos de la mañana.
¬ ¿Y sí se nos aparece
el diablo?¬, pregunto Jaime y Mundo, hombre de
fe, creyente entre los creyentes, cuantimás.
Pedro Alquicira, que era un ateo como
cualquier otro, principiante de la metafísica y la masonería, le respondió: ¬ No
te preocupes. Lo único que puede pasar son dos cosas: que se nos aparezca el
muerto o que nos volvamos locos. Pero eso es casi imposible.
¬ ¡No chingues cabrón! ¿Cómo?¬.
Después de prender un cigarro, Pedro
Alquicira le dice: ¬ ¿Cómo qué cómo? ¿Qué
no lo sabes? ¿Nadie te ha dicho cómo se te puede aparecer el muerto o
cómo te puedes volver loco? ¿Pues de dónde eres compa? (le da una fumada a su
cigarro). En el pueblo de Tehui el grande, eso es práctica común. Ya sea porque
quieren contactar con alguien del más allá, ya sea por chingar al prójimo.
Toma, mejor dale una fumada.
¬ ¿Y sí se nos aparece el diablo?
¬ ¿Otra vez?
¬ ¿Qué, tú no sabes cómo se te puede aparecer
el diablo?¬, dándole
una fumada al cigarro.
¬ No jaimeimundo, no lo sé. A ver, platícame.
¬ No, sí me dices tú primero cómo, yo te lo digo.
¬ Bueno, date las tres con el cigarro, te voy
a contar. Para ver a los
muertos tienes que ponerte lagañas de perra
en los ojos.
¬ ¿Lagañas de perra?
¬ Así es, mi jaimillo. Pero no de cualquier
perra. Tiene que ser de una
perra en celo.
¬ ¿De qué color?
¬ Aguanta compita, no te adelantes. De una
perra eléctrica.
¬ ¿perra eléctrica?¬, fuma
nuevamente.
¬ Sí, una perra corriente, vagabunda, de la
calle. No importa el color,
pero si la hora. A las doce de la noche. Te
las pones en los ojos,
esperas unos minutos. Mientras, invocas al
ser que se ha ido, con el
que quieres hablar pues.
¬ (dando una bocanada) ¿Y tú lo has hecho?
¬ No. Todos mis seres queridos viven, gracias
al cielo. Sólo lo haría
por un hijo de su chi… que me quedo a deber.
Se lo ha de haber chingado todo. ¡Vale madre! Para qué me haces recordar. Ya me
estoy encabronando.
¬ Olvídalo, sígueme
platicando. ¿Cómo se vuelven locos?
¬ Está bueno el
cigarro, ¿no? Dale otro jalón para que me lo pases,
igual y se me olvida todo.
¬ (dando una última fumada) Órale, aquí
tienes. ¿Y luego?
¬ Bueno,… (Fuma el
cigarro) resulta qué para que alguien se vuelva
loco, le tienen que poner lagañas de gato en
los oídos. Y este sí,
compa, tiene que ser de un gato negro. La
hora no importa, siempre y
cuando, la victima se encuentre dormida,
porque se presta ¿no?
¬ Está cabrón. No, no lo sabía
¬ Bueno mi jimy, ¿y para ver al diablo?
¬ Para ver al diablo, hay que andar bien marihuano.
¬ ¡No te digo compita! Con este cigarro de
hierba, ¡nos van a hacer
falta kilómetros!
*Elan Aguilar. Escritor huérfano del Fonca.
*Elan Aguilar. Escritor huérfano del Fonca.